Entradas

Al hijo de Violeta Parra

Estoy rabiosa.  Estoy enojada desde que te fuiste sin decirme cómo se gana en el ajedrez. Sin enseñarme a agarrar bien el pincel y darle un sorbo de acuarela. Maldigo el día que te fuiste sin dejarme los cassettes de Silvio y la Violeta como herencia. Aunque me traje a mi casa todos los otros sin que nadie se enterara. Sigo enojada porque esa tarde que me viste correr hacia el atril no avisaste que la pintura estaba fresca, que los árboles no siempre mueren de pie. Me enoja recordar que no recuerdo cómo huele tu piel, toda negra y molida por la mina que te vio crecer en el valle. Maldigo tú Potrerillos y tú Ballenar, tu desierto de Atacama, tu cordillera que no recorrimos juntos. Maldigo el Copiapó que te vio nacer y yo no. Permanezco enojada desde hace quince años, desde ese día que te fuiste y no me contaste que Gracias a la vida lo había escrito una chilena y no una argentina como aseguraban en la escuela. Y cómo puede ser que nunca me hayas contado que tu padrastro, el segund

Por mucho, tus ausencias

 Siempre has sido un tema difícil en la familia. No tengo recuerdo de mi viejo reaccionando de esa manera ante ningún otro de mis cuestionamientos, y recuerdo tener algunos bastante molestos. Para él, nunca era el momento indicado para abordarte, y si intentaba forzarlo, abrumarse y actuar ocupado al mismo tiempo le bastaban para zafar. Con el tiempo, me rendí y dejé de indagar.    Fuiste, por mucho, tus ausencias. Lo que papá evitaba (aunque en disfraz solo se distraía) y lo que el abuelo nos pedía que callemos porque "a la abuela le hace mal recordar”, según él.   A pesar de todo, estuviste presente siempre: en algunas anécdotas de sobremesa en Navidad; en la foto en la que estás con mi mamá a sus veintitantos; en el mapa de España que sigue colgado en tu antigua habitación en Mar del Plata; en el VHS del matrimonio de mis viejos, donde tocaste con la viola un vals; en todas las cosas que esparciste por nuestras casas.   Me han contado de tus palabras punzantes, de tus pocas pul

La tapiadora

 Por Juan Cruz Geli Celestina no. Celestina vino con un baúl enorme. Bajó en tren hasta Santa Antonio y de ahí en barco hasta meterse en el golfo Nuevo -bahía por ese entonces- o en puerto Chubut que es donde concluye el río; para lo cual también hay que meterse -su puerto está río adentro-. De cualquier manera, a donde haya culminado su peripecia, si o sí, entró al territorio como una puñalada. Y así, con su gran baúl negro, se incrust aría hasta la meseta. Como un tajo certero: esos que superficialmente casi ni se notan, pero su profundidad es peligrosa, mortal. Asunta ya andaba por ahí, en la meseta. Y Asunta sí. Por las noches, corría los muebles del cuarto cocina-comedor y tapiaba la puerta. Mientras les decía a sus hijos "ahora vamos a cantar esa canción que habla del niño Jesusito" y los cuatro, ella y los tres pequeños sinvergüenzas, se ponían a cantar una y otra vez esa canción, a la luz de la petromax, hasta que poco a poco los niños iban cayendo dormidos en

Mi bisabuela es Pappo. Dali

-¿Qué quiénes son los de la foto? Mis viejos, nosotros de chicos y las abuelas… ¡¿Quién es la que parece salida de un recital de Pappo?! ¡Sos tonta, eh! ¡Mirá esos anteojos! ¡Mirá lo que parecía! Esa era tú bisabuela. Pobre vieja, se quedó sola bastante joven. Como todas en la familia, ¿no? Pero peor la pasó tu abuela que se tenía que bancar a la suegra viviendo en su misma casa. Se hacía cargo de los nietos, de vez en cuando, sí, y a nosotros nos gustaba eso. Así como la ves con esa pinta de rockera y liberal, era con nosotros. Nos dejaba hacer... Cuando los viejos se fueron de viaje me acuerdo que se encerraba en su cuarto, en esa piecita con baño que estaba en el fondo de casa, después del lavadero y el patio, ¿te acordás? Ahí fumaba sus puchos, como fumaron ustedes a escondidas 40 años después. Fumaba y leía las ediciones de La Maga. Creo que vos las tenés guardadas en algún lado a esas. No se enteraba de nada de lo que pasaba afuera. No sabía muy bien cómo era el tema de ponernos

Los últimos, los arruinados

  Los últimos, los arruinados por Camilo Urquizu Cuando vienen los últimos, los arruinados, es que tenemos que empezar a cerrar las cortinas, eso aprendí de mi abuela  atendiendo el kiosco que abrió en el garaje de su casa, quizás por matar el tiempo quizás por necesidad o vaya a saber  porqué, pero la vieja abrió un negocio y le tenía miedo a esos gentíos que solo venía a tomarse una popular y un pan con harina. Además la muy canalla, dejaba como unos taburetes de piedra en la vereda, quién no va a tener ganas de ir a sentarse a tomar  una coca y un pan sentado al aire libre, bajo un sauce dejar la mochila a un lado, no los culpo, pero son los últimos,  algunos jardineros, algunos ayudantes de albañiles, que ni mi tía, la más chica de sus hermanos, que puertas adentro, a la hora de  cenar los defiende peleandola a mi abuela por no querer atenderlos,  pero cuando los ve pasar ni los saluda, si no que se entra corriendo a la casa. Y mi abuelo, que se jubiló y compra las cosas para que m

Operación Traviata. Consigna Mayra Ravainera

Todavía se vendían las galletitas sueltas. Venían en latas grandes con un circulo transparente en el medio para que pudieras verlas y elegir. "Dame un cuarto de bananitas", "Dame 8 pesos de palmeritas". Y así. Ahora ya no se ve eso. Ni siquiera en los barrios. Ahora vas al chino y agarras el paquete más barato y con la más grasa posible. En fin, en la casa de mis abuelos siempre había alguna que otra galletita dulce en un frasco rectangular de plástico, pero yo llegaba y me desesperaba porque fueran las cinco de la tarde para merendar galletitas Traviata. Las galletitas saladas me encantaban. Me sigue encantando pero ya no puedo comer trigo porque resulta que soy alérgica. Pero cuando no lo era (o cuando no sabía que lo era), a los 6 años, comía las Traviata que compraba el abuelo porque eras mis favoritas. Papá compraba otras que me gustaban, pero no eran mis favoritas. A los 14 años, seguía yendo a lo de mis abuelos a visitarlos y comer galletitas Traviata que com

Consigna recuerdo: Gonza Seguel

 Hay rincones de mis recuerdos en los que no termino de entender si la memoria falla o ya fue invadido completamente por mi imaginación.   En esa parte lo primero que aparece es una caminata con mi abuela por avenida del libertador. Ella camina sobre la vereda  yo voy de la mano caminando sobre un cantero. Ella me pregunta como me llamo y le pregunto si me llamo Gonzalo.  Creo que ese debe ser el primero.  Otro recuerdo: Es un funeral. Yo llevo una mochila de los 101 dalmatas y en el velorio abro una puerta equivocada y un pastor está preparando su vestimenta para dar el servicio. Despúes nada. En otro estoy en Mar del Plata caminando por la rambla y mi mama me compra un pancho, pero ella asegura que cuando fuimos a Mar del Plata el clima no acompaño y fueron tres días de lluvia y viento.    Pero hay un recuerdo en particular que empezó a hacerme ruido desde que una prima me dijo que mi bis abuela se había suicidado.  Soy chico y estamos con unos primos en la plaza de Coghlan hablando